Entender el valor del paso del tiempo y cómo éste es capaz de dibujar las texturas de un lugar, trabajando con mucho cuidado para no borrar las huellas anteriores, con el convencimiento de que un edificio que ha pervivido durante tantos siglos lo seguirá haciendo más allá de esta intervención.

Encontrar unas piezas cerámicas y darles una nueva vida en una aplicación insólita ya la vez tremendamente armónica con el lugar donde se insertan, pues pertenecen al lugar desde mucho antes de que llegara la arquitectura. Una reflexión lúcida sobre el papel del arquitecto en las intervenciones en edificios existentes y sobre la poética de las texturas que el paso del tiempo dan a un edificio.

Una arquitectura que quiere construir aprendiendo de las técnicas populares que han construido todo el pueblo, elevando estos materiales modestos (la cerámica de termoarcilla, el cemento de las viguetas, la madera de pino de las ventanas) a la categoría de arquetipos de arquitectura popular. Un proyecto que pretende tan solo construir, de la manera más lógica y económica posible, sin pretensiones, sorpresas, ni reivindicaciones de modernidad, y que consigue con ello una adaptación casi perfecta al paisaje rural en el que se inserta, con una calidad de confort interior tremendamente respetuoso con el usuario.

Un proyecto que, desde una gran sofisticación técnica y profesional no aparente, permite un desarrollo abierto en el que el propio habitante es cómplice y toma conciencia de su evolución, de modo que lo que es casual termina por componer una oferta visual y estética de la propia vida.

Una arquitectura que reconoce la morfología de las granjas vecinas y busca fundirse con ellas y desaparecer sin ninguna voluntad de destacar, de ser diferente, evitando así cualquier descalificación de un lenguaje construido a lo largo de los años de manera provisional, sin ninguna ambición estética y ahora ya convertido en un entorno homogéneo.

Construir con las mismas piezas cerámicas pero aprovechando todo su potencial técnico para construir un espacio de textura interior densa y agradable, muy lejos de los estándares de la estética oficial y repetitiva de los últimos años, consiguiendo un espacio extraordinariamente humano que se contagia de la provisionalidad de las construcciones vecinas para sugerir la implicación activa del usuario para completarla.

La madera de pino envuelve las tres casas para formar una sola y ayuda a encajar la casa en el paisaje de campos de cultivo, como si fueran todavía unas cajas de fruta que alguien se ha olvidado de recoger.

Un material poroso, ligero y amable que irá envejeciendo al ritmo que lo harán sus usuarios y que construye en solución de continuidad revestimiento y celosías, volumen y cierra, disolviendo las tres casas en una sola arquitectura.

En el interior, la utilización de azulejos decorados remite a la arquitectura popular y humaniza los espacios con color y densidad.

En el exterior, la constitución sofisticada de un espacio de origen urbano que, desde la voluntad de la convivencia colectiva y la necesidad de la protección de la intimidad individual, aborda también la lógica de la relación con el medio natural y su especificidad climatológica local.

Una intervención en un edificio histórico que quiere hacer visibles los diferentes estratos del tiempo que ha ido acumulando el lugar, evidenciando arcos y aberturas que habían quedado embebidos en anteriores épocas. Unas actuaciones contemporáneas que ponen en valor el patio y evitan contrastar con lo que es existente, tratando de construir una pieza homogénea.

Un proyecto capaz de entender y potenciar el componente plástico de la relación entre lo grande y lo pequeño, entre lo abierto y lo cerrado, desde la construcción material y la definición de los espacios, articulando esta relación en un escenario de sugerencias y vistas cruzadas que muestra y oculta como lo hace un ser vivo en constante transformación.

Un planteamiento donde una nueva calle debe atravesar una antigua fábrica.

La decisión, sin embargo, de mantener la arquitectura existente tratando de cauterizar la herida infligida por la calle de la manera menos dolorosa posible.

Una arquitectura interior que de repente queda expuesta a la vista de todos.

Una construcción que, en la convivencia de los frágiles lienzos existentes -entendidos como llenos- y del perfilado de los nuevos agujeros de marcos metálicos -definidos como espacios intermedios- consigue simultáneamente resolver la fortaleza estructural del conjunto y ofrecer una atmósfera urbana donde la sorpresa y el juego que aporta la vida constituye un escenario de gran potencia y belleza.

Un proyecto que recoge el cambio de sensibilidad de la sociedad contemporánea respecto a lo existente.

Un edificio donde volumen y cierre se confunden para construir un lugar donde se disuelven los límites entre el exterior y el interior de una manera física y material, con el contraste de materiales metálicos y pétreos, sensorial y abstracto, mediante un estudiado juego de luces y sombras, que son propios de la experiencia humana y de sus aspiraciones estéticas y de confort.

Un material que al repetirse se constituye en el motivo de proyecto.

Un proyecto que en su gesto construye, de manera generosa, un espacio público de acceso al equipamiento.

El uso de los materiales más vulgares, habituales en la arquitectura más popular de las islas, que han conseguido a lo largo del tiempo incrustarse en la memoria de los isleños.

Aplicar estos materiales, y todo lo que significan, de una manera poco habitual en una arquitectura de gran expresividad formal donde cada una de estas piezas (celosías, carpinterías de aluminio dorado, mobiliario) ayuda a construir un imaginario muy personal.

Buscar, aún así, la complicidad con la arquitectura con la que convive, en un gesto modesto y a la vez tremendamente atrevido.

Aportar mediante el recurso técnico de la disposición de los materiales constructivos una eficaz permeabilidad que contribuye a la eficiencia energética, a la protección y a la vez aporta una plástica singular.

Una escuela que se quiere contaminar no solo del pasado sino también del futuro, asumiendo complicidades con el equipamiento de la Feria que irá a su lado.

El proyecto propone una nueva topografía por franjas, planteada como un sistema abierto más que como una arquitectura terminada. Unas reglas del juego que permiten cambios repentinos de programa o de calendario y que tratan de adaptarse de manera inteligente a la situación actual.

Un proyecto que basa su sofisticación en la naturalidad plástica con la que conviven diferentes escalas de materiales constructivos, pequeña en la cerámica y colosal en la estructura metálica, que permite ofrecer espacios de libertad formal y vital que admiten un uso de múltiples programas y a la vez estar muy atentos a la escala real de las personas y a sus necesidades sensoriales, de protección y confort.